El camino es sinuoso, lleno de cuestas y callejuelas que marean mi mapa que es incapaz de orientarme correctamente. Hasköy no tiene turistas y la gente me mira con extrañeza, mientras intento guiarme a la vieja usanza haciendo uso de mis pocos conocimientos de turco y haciéndome entender con los locales a base de señas.
Pienso que si hubiera hecho este camino en los años 40 o 50, quizás hubiera usado mi propio idioma, ya que Hasköy era uno de los conocidos barrios judíos de Estambul y el judeoespañol o ladino era el habla de uso común. Los judíos españoles, expulsados por los reyes católicos en 1492, fueron acogidos por los otomanos y convivieron durante generaciones en Turquía, conservando su lengua y gran parte de las tradiciones hispanas.

Mi destino final es encontrarme con lo que queda de la herencia y cultura de este pueblo, por ello me dirijo sin pausa a las proximidades del puente del Cuerno de Oro, en el barrio de Halıcıoğlu, donde se ubica uno de los cementerios judíos más antiguos de la ciudad: El cementerio Sefardí de Hasköy.
Lo interesante de este cementerio no son solo los 400 años de servicio a la comunidad judía, ni tampoco su especial configuración o su belleza, sino el valor histórico y sentimental de sus tumbas, esencia propia de un pasado multiétnico que alentó el imperio otomano.
Mi ansiedad por descubrirlo choca contra un muro de mampostería, construido para evitar actos vandálicos. Para acceder a su interior se necesita permisos especiales del Rabinato de Estambul, el cual es cuidadoso tras los continuos ataques terroristas a sus edificios en Estambul.

El cementerio aparece mutilado por la construcción de una autopista y del puente próximo que desconcierta sobre su primigenia configuración y de hecho ese golpe de ingeniería dejo trozos de camposanto fuera del recinto y por los que uno puede deambular y reflexionar.
El desorden es mayúsculo y decenas de lápidas se dispersan sobre el terreno, mostrando epitafios llenos de dolor y de esperanza de los familiares que se quedan. La mayoría están escritas en lengua judeoespañola, aunque en ocasiones se leen también detalles en turco y hebreo y sirven de prueba palpable del latido de vida de esta comunidad.

Leo con paciencia cada uno de estos memorándums de roca e intento acercarme a un pueblo que pese al dolor de su expulsión conservaron con orgullo sus raíces hispanas y no renunciaron a ella pese a todos sus devenires trágicos. Es sin duda una lección de historia, muestra pura y dura de la aptitud vital que desde siempre ha acompañado al pueblo judío.

Dejo las piedras y regreso a las caóticas calles de la ciudad; mientras el ladino muere en Turquía, parece que el mismo se ha instalado en mi memoria, dicen que los pueblos no desaparecen mientras su recuerdo no es borrado, pero la esencia sefardí no consiste en unas bellas palabras escritas en una lápida, es un legado escrito en el corazón de generaciones de judíos, que recuerdan sus orígenes desde la cuna hasta la tumba.

Actualizado el 19 agosto,2024.
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño

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