Estambul atardece temprano a consecuencia del invierno y los vendedores de castañas hacen su agosto calentando los paladares de los viandantes; la venta callejera de castañas es una constante en la ciudad y al contrario de lo que pasa en otros países, se extiende a lo largo de todo el año inclusive en el sofocante verano del Bósforo.
Decido ignorarlos y me concentro en que la falta de luz no me haga esquivar mi objetivo, he oído que entre los edificios de la Calle de la República (Cumhuriyet caddesi) se encuentra escondida la llamada «Catedral Católica de Estambul» y hoy pretendo encontrarla y presentarla ante mis ojos.

Pese a que la corriente ortodoxa fue la predominante en el quehacer cristiano de la antigua Constantinopla, no olvidemos de hecho que su patriarcado original sigue teniendo su sede en el barrio de Fener, existen varios ejemplos de iglesias de culto católico de gran interés y la Basílica Catedral del Santo Espíritu es una de las más destacadas.
Mientras camino sin cesar entre la distancia que separa Taksim de Nişantaşı, me detengo en las piedras del complejo del liceo femenino francés de Notre Dame de Sion. Varios símbolos religiosos de sus ventanas me alertan hacia un pequeño pasadizo en la fachada exterior del colegio que lleva a una explanada y decidido adentrarme. ¡La encontré!
He tenido suerte y la misma se encuentra abierta (no había consultado previamente el horario), ya que normalmente el recinto solo abre en horarios de misa (cada día cambia el idioma de la misma) y así salvo los domingos que abre de mañana, normalmente la catedral permanece para el oficio de las 18.00 de la tarde.

La espléndida estampa de la catedral me reconforta, donde una plaza abre zoom a la eterna obra del arquitecto Giussepe Fossati, quien en 1846 creo una basílica de 3 naves donde domina una sobria fachada barroca.
Si uno gasta su tiempo en admirarla, aún es capaz de detectar las reconstrucciones del año 1866, cuando el arquitecto Pietro Vitali dirigió los trabajos de regeneración del edificio afectado por una violenta sacudida sísmica un año antes.

Ya dentro descubro un centro donde la espiritualidad se vive con gran fuerza, con fieles de diversos orígenes se reúnen en silencio; la multiculturalidad de la comunidad católica turca es muy alta, ya que la variedad de color de piel e idiomas es sorprendente. Las paredes del colegio han hecho que los turistas sean extraños aquí y sus únicos habitantes no son ávidos captadores de fotografías, sino un muestrario de la diversidad de la iglesia de Roma.
El interior reluce con hermosura y la tenue luz genera un ambiente ideal para la reflexión y la oración. Los asientos de los fieles quedan flanqueados por un bosque de columnas nobles, que nos dirigen a un bello altar enmarcado en un gran arco.
La misa se alarga y se alarga y las confesiones a los prelados son ofrecidas en todos idiomas (aunque el francés es lengua matriz de muchas de ellas), cada sacerdote se coloca un cartel indicando que idiomas habla y tras largas reflexiones los fieles hacen fuerza de espíritu y se acercan a confesar sus pecados.

Las oraciones acaban y la gente huye rápidamente animado por el frío, en minutos el lugar se queda herido de fieles y solo parecen latir las velas colocadas por doquier a lo largo de la iglesia. Salgo despacio mientras admiro una excelente y lograda estatua del papa Benedicto XV, el cual parece bendecir mi regreso a casa. Ya en el exterior un vendedor de castañas me sonríe, le devuelvo el gesto de forma sincera, creo que esta vez aceptaré su deliciosa invitación.

Actualizado el 19 diciembre,2022.
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño


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