En una ciudad eternamente asediada como fue Constantinopla, la existencia de depósitos de agua era una necesidad vital ante el posible riesgo de inutilización del Acueducto de Valente y de su preciada agua fresca; por eso el Imperio Bizantino diseñó un gran número de almacenes subterráneos con el fin de garantizar que la ciudad nunca tuviera que sucumbir por la espada de la sed, así de esta necesidad nació la conocida como Cisterna Basílica (Yerebatan Sarayı en turco).

Esta imponente a la vez que bella obra de ingeniería, fue auspiciada por el emperador Constantino I el Grande (siendo ampliada y reformada por Justiniano) y abasteció durante siglos al Gran Palacio de Constantinopla y a la basílica de Santa Sofía.
Olvidada tras la llegada de los otomanos y redescubierta en el siglo XVI
La caída de la ciudad a manos otomanas en 1453 hizo que esta joya arquitectónica (como otras similares) permaneciesen en el olvido oficial durante años, aunque algunos habitantes mantuvieron el conocimiento de su existencia.

En 1545, los relatos sobre pozos subterráneos, donde incluso se pescaban peces, atrajeron la atención de Petrus Gyllius un investigador, que al servicio de los reyes de Francia, se encontraba en la ciudad recuperando manuscritos bizantinos; tras encontrar un acceso en el sótano de una casa en Sultanahmet, descubrió con sorpresa y admiración este mundo secreto que plasmaría en detalle en un libro posterior sobre su viaje.

Pese al redescubrimiento de las cisternas bizantinas, las autoridades otomanas no mostraron un especial interés en las mismas, de hecho, fueron usadas fundamentalmente como vertedero de residuos.
Puestas de nuevo en valor por los escritores románticos
Será la llegada a Estambul de numerosos escritores románticos extranjeros (que se veían atraídos por el exotismo otomano) los que pongan en valor de nuevo el monumento, al narrar vivamente el placer que les producía las excursiones furtivas a este auténtico Palacio de Agua.

Con todo el complejo permanecerá cerrado al gran público hasta el año 1987, cuando el gobierno local restaura y acondiciona el espacio, creando un museo que a día de hoy es uno de los más visitados del país y que en 2022 ha experimentado una profunda reforma, con la incorporación de un nuevo sistema de luces y múltiples estatuas que mejoran el placer sensorial de la visita.
Un palacio sumergido
La cisterna siempre sorprenden a los turistas ya que al ver su difícil acceso nadie se hace a la idea de la enorme extensión que ocupa, hasta el punto que muchos lo conocen como el Palacio sumergido.

Una vez dentro la mayoría de los visitantes experimentan un verdadero placer visual al observar como cientos de columnas se elevan desde las aguas creando una sucesión de arcos y bóvedas, que distribuidas en perfecta simetría, son iluminadas por unas cálidas luces que generan la impresión de estar en una Catedral de agua.
La verdad que es difícil explicar con palabras las desbordantes sensaciones que un lugar como este transmite, ese íntimo sentimiento que se siente cuando uno camina sobre las aguas, mientras la humedad propia de los ambientes subterráneos se convierte en sonido de goteo cuyo armónico compás se propaga por el aire y sortea el bosque de columnas y pasarelas hasta encontrarse con la silenciosa efigie de Medusa, cuya pétrea presencia sirve de asiento a una de las columnas.

Un conjunto único de 143 metros de largo por 65 de ancho, cuya capacidad máxima era de alrededor de 80.000 metros cúbicos de liquido elemento y que a día de hoy es una de las paradas obligatorias si uno quiere saciar la sed vital de conocer la diversidad monumental de Turquía y Estambul.

Actualizado el 22 agosto,2022.
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño