Muchos la buscan, pero el rojizo Colegio griego de Fener oculta su sencillo perfil, sombra monumental que resalta la historia de Santa María de los Mongoles. Esta pequeña iglesia es un verdadero ejemplo de supervivencia, la auténtica decana de las iglesias de Estambul y la única que ha estado activa desde los lejanos tiempos del Imperio Bizantino.
Esta parroquia ortodoxa está presente en el paisaje de Estambul desde el año 1261, fecha coincidente en el tiempo con el fin del Imperio Latino, aunque con anterioridad el terreno ya había sido ocupado por un monasterio.
Aunque fue auspiciada por Isaac Dukas, el monumento acabaría vinculada para siempre a María Paleólogina, hija ilegítima del emperador Miguel VIII Paleólogo cuyo matrimonio con el Kan mongól Abaqa formó parte de la compleja política de pactos bizantinos; tras el asesinato de su esposo, huyó a Constantinopla donde se convirtió en monja fundando un convento anexo al templo.

La popularidad de María hizo que la iglesia quedase adscrita nominalmente a su figura, pasándose a denominar desde aquella como Santa María de los Mongoles (Panayia Muhliotissa o Moğolların Azize Meryem Kilisesi en turco).
La sorprendente historia de esta heroína cristiana se adapta perfectamente al carácter innato de resistencia del templo, de hecho, en turco es conocida también con el nombre de Kanlı Kilise (La iglesia sangrienta en español), ya que durante la conquista otomana de Constantinopla, los bizantinos se atrincheraron en sus cercanías defendiendo su posición hasta la muerte.
Baluarte de fe que sería, sin embargo, salvada por Atik Sinan, arquitecto griego converso y autor intelectual de la Mezquita de Fatih, quien medió ante el sultán para impedir su destrucción; la leyenda dice que el líder otomano la donó a la madre de Atik, salvación plasmada en un documento que fue refrendado años más tarde por el sultán Bayezit II y que aún se preserva en el interior de la iglesia.

Desafortunadamente, los habituales incendios que solían arrasar esta parte del Cuerno de Oro se llevaron consigo gran parte del encanto medieval de la iglesia y así como su original estructura tetragonal.
Con todo, si conseguimos acceder a la misma, normalmente la iglesia permanece cerrada al público, aún podremos disfrutar de algunos de los retablos más antiguos y singulares de Estambul. Pinturas de santos y vírgenes que se distribuyen de una forma desordenada sobre las paredes mientras piden a gritos una restauración que les devuelva brillo y color.
El interior es oscuro y caótico en su decoración, con una división interior que da una sensación rara al conjunto que dista mucho en su distribución y altura a lo observable en otras iglesias de la ciudad; una singularidad arquitectónica que junto a su historia la convierten en una joya digna de visita, porque Santa María de los Mongoles quizás no sea el templo cristiano más bello, pero sí puede presumir de ser el mejor ejemplo del devenir cronológico de toda una ciudad.


Actualizado el 12 septiembre,2023.
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño


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